viernes, 7 de diciembre de 2012

EL FIN DEL MUNDO

El fin de semana pasado, mi marido y yo nos acercamos a unos grandes almacenes para adelantar las compras de Navidad, esas que te dejan la cartera con telarañas para los tres o cuatro meses siguientes. A pesar de llevar una lista bien preparada, nos pasó lo de siempre: acabamos gastándonos el doble de lo que habíamos previsto. Supongo que es lo que toca: con tres hijas pequeñas el dinero se va sin sentir. 

Pero cuál fue mi disgusto cuando, ya en casa, abrí el periódico y me atacó la siguiente noticia: según los mayas (aunque deberían haber escrito "según algunos que creen que saben lo que los mayas quisieron decir"), el mundo se acabará el 21 de diciembre de este año. ¡Vaya por Dios! ¡Antes de Papá Noël, de la cena de Nochebuena y de la comida de Navidad! Tentada me sentí de regresar al centro comercial para devolver lo comprado. 

Y es que, si bien la noticia de un posible fin del mundo haría enloquecer a cualquiera, son incontables las veces que diferentes grupos de personas en diferentes lugares del mundo han vaticinado lo mismo, en distintas fechas, y siempre, por fortuna, con el mismo resultado. Y tal ha sido el convencimiento de estos crédulos seguidores que no pocos se han quitado la vida para evitar enfrentarse al sufrimiento de contemplar un final absoluto. Pero vamos a ver, ¿realmente hay quien se crea esto... otra vez? 

Pues no sólo parece que hay quien lo cree, sino que es un negocio en alza que está dando pingües beneficios en los Estados Unidos, donde familias y familias están comprando y equipando búnkers para poder sobrevivir en caso de tragedia suprema. Tienen la forma de un calentador eléctrico gigante, y por dentro están equipados con varias estancias, con un hornillo, un aseo, literas... Algunos los instalan en sus jardines, con la misma felicidad con la que antaño colgaron los columpios para sus hijos. Otros excavan el subsuelo y entierran el bunker con un doble fin: soportar mejor las inclemencias de un ambiente extremo o radiactivo, y evitar que los vecinos u otros supervivientes puedan robarles la comida y el agua.

De hecho hay incluso apuestas sobre cuál será la circunstancia que nos provoque ese final tan temido: una llamarada solar, un virus mutante, un choque contra un asteroide, una guerra química...  Hagan juego señores. Señores americanos, se entiende. Lo que no especifican es si el ganador recibirá su premio en la otra vida.

Nosotros, desde este lado del Atlántico, nos sonreímos con la superioridad que da la inteligencia ante lo obvio. "Estos yanquis, ya están otra vez con sus locuras". Aquí tenemos cosas más urgentes de las que preocuparnos: la maldita crisis que nos está hundiendo, por ejemplo. Y el futuro de nuestros hijos, que está en la cuerda floja. Sí, aquí somos más racionales, no hay duda. Tenemos los pies en el suelo. Ambos pies. Y sólo los despegamos en dos ocasiones: para que barran por debajo de ellos cuando el suelo del bar está demasiado lleno de papeles y palillos, y cuando nuestro equipo marca un gol. Creo que es entonces cuando los yanquis ladean sus cabezas compasivamente. "Estos españoles, -deben de pensar- con la que les está cayendo y aún tienen fuerzas para gritar ¡Gooooooollllllllllll!".


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