lunes, 24 de diciembre de 2012

NOCHEBUENA Y FAMILIA

Si la Nochevieja es la noche en que se concentran mayores desparrames por metro cuadrado, entendiendo por desparrame cualquier tipo de atrevimiento que en las otras noches del año uno jamás se plantearía siquiera, la Nochebuena concentra todos los buenos deseos hacia sus familiares y amigos. Es la noche en la que más se nota la ausencia de los que no están, o bien porque la geografía nos separa o bien porque se han ido para siempre. Es una noche agridulce, en la que a muchos les pesa la soledad, ese invisible enemigo que nos asfixia y nos lleva al borde del llanto. 

 Por eso me da mucha rabia esta tendencia tan moderna a ridiculizarlo todo. No es el primer anuncio de televisión o la primera película que he visto en la que un joven se siente agobiado o avergonzado por el comportamiento de sus familiares, o bien por sus preguntas indiscretas acerca de su vida sentimental, o bien por ese repertorio de chistes sin gracia ninguna que algún tío se empeña en contar para desesperación de todos, o bien por ese sobrinito tan rico que le convierte en blanco de sus trastadas.

Y es que, mal que nos pese, eso es la familia. Nadie dijo que fuera perfecta. Ni que fuera fácil comprenderla o aceptarla. Sin embargo, la  familia es, con todos sus pros y todos sus contras, ese núcleo intimísimo que nos conoce desde que nos pusieron los primeros pañales hasta el día de hoy. Que han compartido con nosotros tantas cosas que no podemos mirar atrás sin hallarlos a nuestro lado. Ese grupo de personas que nos arropa y nos quiere, no importa cuántas veces al año los veamos o cuántas veces olvidemos sus cumpleaños. Hay algo misterioso e impagable en la familia: nos quieren porque sí. Porque somos algo suyo. No tienen en cuenta nada más. No les importa nada más.

Y yo me pregunto: ¿es que nosotros somos siempre fáciles de entender y de aceptar? ¿Somos acaso perfectos? ¿Irresistibles? ¿Mejores que ese puñado de seres humanos que llevan nuestro mismo apellido? ¿Demasiado buenos para que nos relacionen con nuestros parientes menos protocolarios? Como bien dice el dicho, "no se valora lo que se tiene hasta que se ha perdido". No seamos tan torpes. Disfrutemos de verdad, de corazón, de ese puñado de personas que esta noche se sentarán a nuestra mesa para compartir con nosotros un poco de felicidad. Porque, si algo es bien sabido, es que la felicidad no la dan las cosas, sino las personas. ¿Y cuántas personas se ha encontrado usted en este mundo que le quieran porque sí?    

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