viernes, 14 de diciembre de 2012

PÁGINA EN BLANCO

Muchos escritores famosos han hablado en ocasiones sobre el pánico que han sentido ante una hoja de papel en blanco, ese territorio aún sin delimitar en el que pueden volcar cualquier reflexión, cualquier composición, cualquier idea, y precisamente por estar tan virgen y tan inexplorado, les paraliza y no encuentran el modo de descender a la concreción que necesitan.

Yo no soy una gran escritora sino una simple aficionada novel, pero también me angustiaba pensar que quizás algún día no necesariamente lejano podría encontrarme falta de ideas sobre las que reflexionar. No todos los días está una igual de despierta, ni se topa siempre con las situaciones que necesita para avivar su desparpajo festivo. 

Sin embargo, debo admitir que hasta ahora no me ha ido tan mal. He conseguido enlazar más de treinta días seguidos de temas sobre los que argumentar. No es que sea nada digno de remarcar en los escritores profesionales, pero sí es un logro personal que me satisface. He aprovechado minutos perdidos en los que antes simplemente bostezaba, he contrastado opiniones e ideas con personas con las que antes simplemente cruzaba algún saludo circunstancial, he reflexionado sobre temas sobre los que antes ni siquiera me pronunciaba, y en general me he encontrado con una respuesta agradecida por parte de mis lectores, en su mayoría compañeras y amigas que desconocían mi afición por la escritura. Así que no encuentro ninguna desventaja en esto de escribir diariamente en mi blog. 

Algunos artículos versan sobre mi profesión, la docencia, pues lógicamente ocupa gran parte de mi tiempo y de mis pensamientos; en otros hablo de mi vida privada, mis ratitos de ocio o mis guiños a mis hijas; a veces no puedo resistir la tentación y hablo de algún tema de actualidad; pero he descubierto para mi sorpresa que, a pesar de no gustarme nada la política ni ser de una tendencia concreta que pueda defender de corazón, es en ese campo donde encuentro mayor fuente de inspiración.

Sin embargo, a diferencia de los filósofos griegos, que paseaban con sus alumnos mientras iban disertando sobre conceptos profundos como la democracia o el poder, yo no hallo en nuestros políticos demasiada materia de seria reflexión, sino más bien chanzas y chascarrillos, frecuentemente traídos a colación a cuenta de la religión, que dan triste idea de su talla como políticos, como intelectuales y, en general, como personas.

Esto, unido a la frecuentemente desastrosa actualidad económica y social, me hace preguntarme dónde están, si es que los hay, los hombres ilustrados de este país, si es que están cómodamente  parapetados tras los gruesos muros de nuestras universidades, si se han dispersado por otros países donde se les aprecie según su valía y no según otros parámetros más interesados, o si es que simplemente se han extinguido.

Y la verdad, se les echa de menos, porque en un panorama tan funesto como el actual, y no ya en materia económica sino en cuanto a aquello que se dio en llamar "humanismo", que consistía en saber de todo y aplicarlo con inteligencia para mejorar la sociedad, andamos bastante huérfanos, faltos de referentes y de voces que con contundencia nos amplíen el horizonte un poco más allá de nuestras propias narices.

 Echo de menos a verdaderos filósofos e ideólogos de los tiempos actuales, que no son precisamente las estrellas mediáticas con las que nos desayunamos, comemos y cenamos; echo de menos a economistas que no busquen ganar o hacer ganar dinero, sino que hablen de la ética imposible de la riqueza, y de los intereses de una minoría y la resultante esclavitud de países enteros; echo de menos a representantes de todas las religiones, de cualquiera, que pongan sobre la mesa la verdadera dimensión del hecho religioso como respuesta al desasosiego ancestral del hombre, más allá de financiaciones e intereses políticos; echo en falta a gente preparada que se atreva a hablar con claridad, con todo el tiempo audiovisual que necesiten para expresarse; echo en falta a gente con dignidad, con honestidad, que demuestre que el fango de los intereses y la avaricia que parece ensuciarlo todo hoy es sólo la corrupción de unos cuantos, y no la norma de la que es imposible escapar. Echo de menos a gente limpia, que llegue alto para beneficio de todos. Echo en falta una razón, aunque sea pequeña, para poder seguir creyendo en la sociedad como lugar posible para el individuo.

Ya lo dijeron los filósofos de antaño: el poder corrompe. Es una lástima. A mí me rodean personas como yo, sin grandes poderes ni grandes sabidurías, gentes preocupadas por sus hijos y por sus padres, gentes humildes que cada día dan lo mejor de si mismas para que su pequeño mundo pueda rodar de la manera más suave posible. En mi microcosmos del día a día hay personas de gran valía humana. Me descubro ante ellas. Y me duele que sus vidas, como la mía, sean sólo una simple hoja reseca que el viento otoñal de la crisis arrancó de su árbol; ahora, tiradas en la acera a merced de los fríos del invierno, miramos a nuestro alrededor en busca de ayuda. Pero no hay nadie. Quizás es demasiado tarde. O quizás, quizás, empecemos ahora a despertar, lentamente, de nuestro larguísimo letargo.   

  


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