lunes, 10 de diciembre de 2012

TECNOLOGÍA Y PEDAGOGÍA

Hace poco que las nuevas tecnologías han llegado a las aulas educativas de la escuela pública, y no me refiero a los tres ordenadores de la sala de profesores, de 90 profesores, ni a las salas de informática para los alumnos, que esas sí que llevan más tiempo equipadas. Me refiero a la posibilidad real y diaria de que los grupos de casi cuarenta niños tengan instalados en sus aulas  proyectores con altavoces para que puedan ser utilizados durante las clases con comodidad.

Les voy a contar mi caso. Durante muchísimos años, las editoriales nos han equipado con todo el material que necesitábamos para trabajar la materia de inglés, que es la que yo imparto: diccionarios bilingües y monolingües, libros de gramática, manuales de ejercicios, métodos para alumnos sin conocimientos previos... Siempre me pareció mal, pues era consciente de que las empresas privadas estaban supliendo las carencias que ya por entonces tenía la Consellería para con sus centros. Pero era práctica común. Al fin y al cabo, se aceptaba que como las editoriales obtenían tan suculentos beneficios con la venta de libros a tantísimos alumnos, la reinversión en materiales de refuerzo representaba un porcentaje insignificante. A cambio, las editoriales sacaban libros nuevos continuamente y cada cuatro años nos animaban a cambiar los que habíamos estado utilizando, por aquello tan dudoso de "la actualización de los métodos". Yo siempre he pensado que las matemáticas siempre han sido las mismas, el inglés otro tanto, así como la lengua y prácticamente cualquier otra asignatura, pero te daban en la boca con el socorridísimo "enfoque pedagógico".
Pero fue pasando el tiempo, y además de los libros complementarios de siempre y los radiocassettes específicos de mi asignatura, las editoriales comenzaron a ofrecer otro tipo de aparatos tecnológicos que, supuestamente, iban a revolucionar la enseñanza del idioma, a saber: pizarras digitales, ordenadores, notepads... Y hasta tal punto llegó la revolución tecnológica que parecía que si uno no dominaba estos medios tan modernos, no iba a poder enseñar bien su asignatura. Los libros de los alumnos también se encarecieron considerablemente, pues ofrecían cd-roms con material extra, pistas de audio y video, claves para acceder a páginas on-line, auriculares con programas específicos para trabajar la fonética desde casa...

La mayoría de profesores fijos de un centro, y por lo tanto con una cierta edad, como es mi caso, nos hemos formado a espaldas de la tecnología. Yo terminé la carrera sin haber utilizado jamás un ordenador. Así que todos estos nuevos materiales me resultan abismalmente difíciles de llevar a la práctica, y siempre me siento insegura usándolos. Además, chocamos de frente con la realidad en las aulas: cómo meter a 40 alumnos en aulas de informática, donde hay 20 ordenadores y 20 sillas (la informática es una asignatura optativa con número máximo de alumnos), y conseguir que los estudiantes trabajen y la hora sea productiva. Perdónenme: yo soy incapaz. 

Bien, ¿y qué ha pasado recientemente? Pues que, como ya sabrán, ha llegado una tremenda crisis. Y se ha dejado notar muy agudamente en nuestras aulas. Muchas familias no pueden comprar los libros. No pueden, así de sencillo. Así que es práctica común revender los ya usados o cambiarlos por los del curso siguiente. Un porcentaje cada vez mayor de alumnos no pasan por la librería al principio de curso. Nosotros no podemos cambiar los libros de texto por otros más modernos, pues eso provocaría que un número importante de alumnos no pudiesen conseguir el suyo. Y esto ha cercenado las ganancias de las editoriales. Tanto, tanto, que ya han empezado a despedir a representantes de zona. Y a los que quedan les han prohibido ofrecer lo que antes ofrecían: ahora ya no hay ventas, y por lo tanto, no hay reinversión.

¿Qué tenemos ahora? Radiocassettes estropeados por el uso, ordenadores que no pueden proyectar el material porque no hay proyectores en las aulas, falta de altavoces potentes que se puedan conectar al ordenador y llegar a las últimas filas de las abarrotadas aulas... Pero ahora las editoriales ya no nos reemplazan los radiocassettes, ni Consellería tiene presupuesto para comprar nuevos; y lo mismo pasa con los proyectores y los altavoces. Yo hablo con los representantes de las editoriales, les recuerdo aquello del objetivo pedagógico y de la revolución tecnológica, que fue condición "sine qua non" para una enseñanza de calidad. Ellos se encogen de hombros. Ya no hay margen. No es culpa suya. Qué más quisieran ellos.

Por fortuna, nunca me deshice de mi ticero verde y granate. Ni de mis ganas de enseñar. A veces me siento como una de esas maestras de escuela tercermundista, que no disponen de ningún recurso más que su voluntad y su tenacidad. A veces me siento como el gerente del aeropuerto de Castellón, con el departamento lleno de aparatos estropeados que no podemos utilizar. Con cuarenta alumnos por clase, estoy pensando en mi próxima inversión en material pedagógico: un pito. Para micrófono no hay presupuesto, y el látigo me lo tiene terminantemente prohibido el señor director.

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