miércoles, 26 de diciembre de 2012

UNA BOTELLA DE FELICIDAD

 Ayer, día de Navidad, nos juntamos para comer un montón de familiares. Entre el bullicio y la animación de la reunión, mi hija pequeña me pidió que le sirviese un poco de Coca-Cola, y yo cogí el enorme botellón de dos litros y le serví un poquito. Cuando estaba cerrando la botella, me fijé en el tapón; junto al logotipo, había un eslogan: "Destapa la felicidad".

La verdad es que, desde que tengo memoria, la Coca-Cola ha acompañado nuestras reuniones familiares, tanto las típicamente infantiles, cumpleaños y meriendas de verano, como las más especiales, bodas, bautizos y comuniones. Ha sido parte de nuestro universo infantil al menos durante 40 años, y aunque han corrido muchas historias sobre sus componentes secretos o sus efectos corrosivos sobre un filete, lo cierto es que nunca he sabido de ningún niño -con la salvedad de los diabéticos- que se haya puesto enfermo por tomar este refresco. Es más, por su alto contenido en azúcar, me lo han aconsejado para antes y después de mis donaciones de sangre.

 Y también es cierto que los eslóganes de la marca Coca-Cola, a lo largo de su historia, que es la nuestra, siempre han tenido que ver con la felicidad: "La chispa de la vida",  "Una Coca-Cola y una sonrisa", o "Sensación de vivir" ilustran lo que los anuncios televisivos ponen en imagen y lo que sus canciones publicitarias han conseguido elevar a la categoría de himno en más de una ocasión. ¿Quién no recuerda aquello de "Al mundo entero quiero dar un mensaje de paz"? En mi memoria, y seguro que en la de la mayoría, la Coca-Cola ha quedado asociada para siempre a momentos felices, irrepetibles, de esos que miras con nostalgia agazapados entre las fotos de un viejo álbum familiar. 

Sin embargo, ayer su eslogan me sacudió como un latigazo. Será por la que está cayendo. Será por ese pesimismo económico que tanto está afectando a la sociedad española en estos momentos. Será porque una está para pocas bromas viendo lo que hay. Pero me pareció casi una burla. Un atrevimiento supino, lo de suponer que por abrir una botella de refresco nuestros problemas, gravísimos, iban a desaparecer. "Destapa la felicidad" me sonó a "Deja de quejarte, abre la botella y ya verás". Antes de tomar una decisión, quise darle una oportunidad y destapé la botella. Y allí se quedó, desnuda de magia. Su tapón con mensaje parecía una absurda muñeca que alguna niña hubiese abandonado. Me serví un poco y lo tomé de golpe. Como un tequila. Y nada. Más allá de un escozor nasal, nada en absoluto. Lo que yo decía. Una prepotencia tremenda, lo de suponer que por abrir una botella, aunque sea de dos litros, algo fuese a cambiar. Llamé al camarero y le pedí explicaciones. "Mira, es que abro la botella y nada, igual de jodida que antes". Lejos de tildarme de loca, el pobre hombre movió la cabeza con pena: "Ya hemos llamado a los de la marca. Pero no se hacen responsables. Dicen que ellos sólo venden el refresco, y que el refresco está perfectamente". "¿No venden felicidad? -insistí yo- ¿Y entonces, el tapón?" Él se encogió de hombros y se alejó. 

Al llegar a casa, mi hija pequeña estaba alteradísima por todo el ajetreo del día, y no conseguía relajarse y coger el sueño. "¿Es que has bebido demasiada Coca-Cola?" le pregunté. Ella me sonrió pícaramente, aceptando una culpa que era insignificante por ser un día especial. "Entonces ya sé lo que te pasa -le dije yo-: tienes tanta felicidad en la panchita que no te deja dormir". Afortunadamente, después de un par de viajes al cuarto de baño, cayó rendida. Algo me llamó la atención, y encendí la pequeña luz de su mesita de noche: dormida, mi hija sonreía. Tengo que llamar al camarero. Después de todo, quizás el tapón no mentía. Es sólo que los efectos no son inmediatos.   


No hay comentarios:

Publicar un comentario