jueves, 17 de enero de 2013

ANIMALICOS DE DIOS

Hoy, día de San Antón, los sacerdotes de todas las Parroquias han salido a las puertas de sus Iglesias para recibir como propios a los animales con los que convivimos. No les han pedido carnet alguno, no han tenido que demostrar si su dueño es realmente practicante o sólo un "arrimao" típico de bodas y comuniones. Hoy todos los animales, al igual que a diario todos los seres humanos, han sido bienvenidos en la comunidad cristiana. 
 
Y no se crean, que de haber sido yo el cura, en más de una ocasión habría estado tentada de arremangarme la sotana y echar a correr, porque desde luego, para gustos las mascotas. Vamos, que de los perros, gatos y pericos de antaño hemos pasado a un desfile que habría hecho las delicias de cualquier amante de la naturaleza. Porque hasta serpientes, escorpiones y otras bestias pardas se han dejado ver, eso sí, bien encerraditas en sus cubículos. 
 
 Siempre me ha maravillado la relación de los seres humanos con sus mascotas, o más bien con los animales nobles en general. Creo que existe en ellos la capacidad de comprender el alma humana, incluso más allá de lo que los propios humanos nos comprendemos entre nosotros o a nosotros mismos. Yo he visto con mis propios ojos a un caballo coger con extrema delicadeza un grano de uva de la mano desmayada de un niño con parálisis cerebral; he visto a perros tan grandes como leones cuidar de un bebé en un momento de peligro; he visto a perrillos falderos ser el alivio de la soledad infinita de ancianos a los que sus propios familiares casi habían olvidado. He visto, en fin, a humildes mascotas ser para sus dueños la razón para seguir luchando.

Y aunque no puedo decir lo mismo de escorpiones y lagartos, es cierto también que sé de personas que han desarrollado el sentido de la responsabilidad al tener que cuidar de estas extravagantes mascotas, y que han aceptado estoicamente sacrificios y renuncias personales por estas criaturas cuando jamás de los jamases se hubiese esperado de ellos semejante comportamiento por ningún otro ser humano.

Tanto es así que hoy, según iban acercándose al cura las mascotas con sus dueños, he tenido la sensación de que el sacerdote miraba con más compasión a algún ser humano que a su acompañante de cuatro patas o de pico y plumas. Y es que, después de escuchar en confesión lo que más de uno le habrá contado, quizás al pobre hombre le habrá costado distinguir quién es en realidad más animal y quién más humano. Tal vez por eso hoy se han abierto las puertas de la Iglesia para todos: para unos, en señal de agradecimiento impagable; para otros...  bueno, nadie es perfecto. Suerte que no nos piden los carnets. Y que la confesión es secreta.

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