domingo, 24 de febrero de 2013

Conservo...



Conservo unos minutos regalados
Tan nuevos
Tan nobles
Que da pena ensuciar con realidades
Su mágico rubor de terciopelo.
Quizás los entregue a algún niño
A algún maestro de escuela
A un volador de cometas
O a un sabio contador
De gaviotas

domingo, 17 de febrero de 2013

NUNCA SE SABE



Limpio mi cocina por si viene en calzoncillos
El alba
Y penetra orgulloso entre los brillos
Del cristal de mi ventana
Dice hola qué tal doncella fina
Y me regala un vuelo de luz
Y un rayo de besos en vientre
Nunca se sabe
Quién viene a salvarte del tedio
Quién te rescata
Del gris de unos días perdidos
Del llanto de noches
Sin luna.

viernes, 15 de febrero de 2013

LO PÚBLICO Y ESPAÑA

De entre todas las profesiones que admiro, creo que la de médico se lleva la palma. Desde siempre me ha fascinado esa extrema responsabilidad que supone tener la vida y el sufrimiento de otra persona entre las manos, y ser el único que tiene el conocimiento suficiente para poder tomar decisiones trascendentes sin las cuales el enfermo no tendría ninguna posibilidad; estar en contacto continuo con las horas más bajas de todo tipo de paciente, desde niños hasta ancianos; sentir que en los momentos más críticos, el ser humano se vuelve más humano todavía. 

 Recientemente, los médicos me han hecho reflexionar mucho. Este desmantelamiento de la sanidad pública en aras de un ahorro que parece beneficiar sólo a bancos y a otros privilegiados económicos los ha sacado a las calles. Los hemos visto protestar, pancartas en ristre, codo a codo con los ciudadanos a los que atienden a diario. Con los que tantas veces les habrán dado las gracias por haber estado ahí. Si no hubiese sido por ellos... Como los habitantes de pueblos pequeños que se van a quedar sin centros de urgencias, por ejemplo. O como los inmigrantes sin papeles, que tendrán que pagar si quieren ser atendidos.

Siempre habrá descreídos malintencionados que verán en las protestas médicas una lucha egoísta del sector sanitario por mantener sus puestos de trabajo y sus condiciones laborales. Pero a estas alturas de la trama, los descreídos malintencionados se están quedando sin argumentos que esgrimir contra los trabajadores de cualquier sector, a los que se está despojando de cualquier privilegio que pudiesen haber tenido bajo la amenaza de que bastante privilegio es tener un trabajo hoy en día.

Otro tanto podría aplicarse a los trabajadores de la enseñanza pública, que están viendo sus plantillas recortadas, el número de alumnos por aula incrementado en exceso, y las dotaciones económicas que garantizan el funcionamiento de los centros esquilmadas hasta la casi inexistencia. También los hemos visto protestar por las calles de las grandes ciudades españolas, defendiendo un derecho que nos pareció inalienable y que hoy se tambalea bajo la amenaza de la privatización. Educación para todos. Y de la buena. 

Creo que somos conscientes de que la crisis actual es como un enorme agujero sin fondo por el que todos estamos a punto de caer, pues tiene tales dimensiones económicas que no hay sector ni país que se halle a salvo. Los que aún damos vueltas por el borde del abismo contemplamos a los que van cayendo mientras desaparecen sin que nadie pueda ayudarles, y nos cogemos de las manos en un corro desesperado que intenta resistir mientras el tiempo, que parece ser nuestro único aliado, nos permita seguir respirando. Es una catástrofe tan global que trasciende nuestras fronteras, nuestros sectores laborales, nuestra formación y nuestra experiencia. 

Y en esta desesperación, que ya ha empezado incluso a cobrarse vidas humanas, echo de menos ciertas voces. ¿Dónde están? ¿Dónde se refugian los intelectuales? ¿Por qué causas están dispuestos a levantar la voz, a posicionarse y a reclamar lo que es justo y de todos? No nos engañemos: no los hemos visto todavía. Sé que en nuestro país hay intelectuales de fama internacional en diversos campos, desde la filosofía hasta la astronomía, desde la música hasta la arquitectura. Nos han saludado desde las páginas de los suplementos culturales de los periódicos, perfectamente ataviados con trajes impecables, recogiendo títulos, honores y menciones en universidades, fundaciones y ministerios. ¿Dónde están ahora? Han ocupado su lugar unos pobres actores y cantantes que alzan su voz de manera partidaria y que sólo parecen protestar cuando el que manda es del color opuesto. Yo me refiero a los intelectuales de verdad, a los que hablan con conocimiento y honestidad, a los que han estudiado y ejercido en otros países y saben que las cosas se nos están torciendo hasta un punto de dificil retorno. ¿Dónde están? ¿Por qué callan? ¿Es que no les duele nuestra situación como propia?

En el colmo de la estupidez política, lejos de denunciar lo denunciable y luchar por lo que es justo ofreciendo soluciones posibles, utilizamos a nuestros embajadores culturales para promocionar eso tan ilusorio que es la marca España. No sólo no reparamos nuestro daño, sino que intentamos que en el extranjero ni siquiera se sepa de nuestro sufrimiento. Ocultémoslo. Neguémoslo. Señor Banderas, hable usted de las excelencias de la Semana Santa de Sevilla. Ahora bien, si le preguntan por la situación de nuestro país, mire hacia otro lado y silbe. Silbe bien fuerte, por lo que más quiera. No vayan a sospechar que aquí la gente se suicida porque se queda sin casa. No vayan a creerse lo de los seis millones de parados. No sea que oigan rumores de cierres de hospitales. Usted disimule, señor Banderas. ¿No es usted actor? Pues actúe, hombre, actúe. Al fin y al cabo, usted vive en Los Ángeles, ¿verdad? Bonita ciudad, por cierto. ¿Y qué tal allí los hospitales?






lunes, 11 de febrero de 2013

CUESTIÓN DE CONFIANZA

Cuantos más casos de corrupción aparecen en la prensa, con más fervor los políticos apelan a los ciudadanos, rogándonos o exigiéndonos, según se mire, que confiemos en su inocencia. Y están los tiempos para pocas confianzas, teniendo en cuenta que no hay esfera política, económica, religiosa, intelectual, institucional o social que se libre de la sospecha o de la acusación en firme. 

 Son malos tiempos para la confianza. Aquel antiguo gesto tan elegante y que siempre me gustó tanto de mirar a alguien a lo más profundo de sus ojos y decirle con una sonrisa: "Confía en mí". Eso ya pasó a la historia. Los políticos deberían saberlo. Deberían haberlo sabido, de hecho: la confianza se va ganando lentamente, durante años. Y basta un segundo para perderla. Es lo que debe de estar pensando el Rey, que después de cuarenta años de apoyo por parte de los españoles, vive sus horas más bajas entre elefantes, yernos y su propia vejez.

Tampoco nos sirven ya los papeles. Ni las Declaraciones de la Renta, ni la del Patrimonio, ni siquiera el extracto de las cuentas bancarias suizas. Los documentos, como las palabras, son tan manipulables que sólo van a demostrar lo que se quiere demostrar. Los únicos papeles a los que damos crédito son los que aparecen sin tener que aparecer, los robados o filtrados, los que reflejan los trapos sucios que se suponen ocultos y que algún partidario dolido saca a la luz por despecho. Y que, a juzgar por el revuelo organizado, se diría que dicen más verdades de las que nadie ha querido admitir.

Sin embargo, sabiendo cómo funcionan las cosas en este bendito país, ya se encargará alguien de invalidar los documentos. Cuanto más delatores y más certeros, más seguros estamos los ciudadanos de que no llegarán a puerto. Como las condenas de los cargos importantes. ¿Alguien ve a Urdangarín en la cárcel? ¿A algún político, quizás? ¿Banqueros de esos que han arruinado a sus entidades? Parece que no.

Desgraciadamente la rueda se empecina en seguir rodando en la misma dirección. La justicia se ceba en los más desfavorecidos. La economía también. Pasan los filos de sus cuchillos por encima de nuestros pescuezos, estirados sobre el mármol de sus ganancias esperando el último hachazo. Como los pollos, hacinados, míseros y abocados a una muerte programada, vemos a los ricos vivir en un mundo paralelo. Absolutamente impunes. Escondidos bajo un manto invisible de privilegios que ellos mismos han tejido para protegerse de nosotros. De tanto pollo desplumado que cacarea y cacarea exigiendo la justicia que no nos alcanza. Ya podíamos aprender de los corderos. De su mansa dignidad. De su silencio.

domingo, 10 de febrero de 2013

COMO SI QUISIERA (poema satírico del domingo)



Como si quisiera querer me dijo
-sin querer que lo quisiera-
que me amaba puramente como a un ángel
del firmamento,
y yo, que quise querer como a él le quise
sin poder quererle así,
le dije
que no ángel sino doncella contemplaba,
y que siendo un firmamento nuestra alcoba
con tanta estrella en sus ojos luminosos,
fuese afán buscar demonios
cuando en todas las mujeres nos habitan.
"¡Fuera el disfraz,
la carne es mía,
siénteme latir inmensamente!"
Viéranle correr...
¡más que ángel perseguido
con las alas desplegadas!
Resté en soledad
y en carcajada,
pues una cosa es el querer
serenamente
y otra cosa es no yacer
con vuestra amada.

miércoles, 6 de febrero de 2013

LA VENGANZA DE LAS CUCARACHAS (cap. 3.3)



-          ¿Me invitas a comer en tu casa? He discutido con mi madre y no quiero volver. ¡Que se joda!
Yo no quiero que venga. Me gusta estar solo. Es lo que más me gusta. Mi bañera me espera. Mis velas. Mis sales.
-          ¿Te importa si comemos en mi bañera? Hace tanto calor…
-          ¡Genial, tío! ¡Qué sexy!
La chica pesa-frutas tampoco tiene tarjetita plástica con su nombre. Mete su mano en mi bolsillo trasero del pantalón, y me besa en la boca según vamos por la calle. No se queja del sol, ni de que va descalza. Será una vulgar desgraciada pero ahora parece feliz, con sus zapatos en la mano y su ombligo asomando por debajo de su camiseta ceñida. Le quedan mucho mejor sus vaqueros, sólo dos dedos más largos que sus bragas, que el uniforme del supermercado. Se lo digo y ella me sonríe.
Ya en casa nos metemos en la bañera con ropa y todo. Ella se me echa encima, besándome sin parar mientras el agua fría cae a chorro sobre nuestros cuerpos. ¡Es tan excitante sentir a la vez el frío en la piel y el calor del sexo! Yo me recuesto en la bañera y me dejo hacer mientras ella me la chupa. El agua aún le llega por debajo de la nariz. Se desnuda delante de mí, y me quita la ropa como a un niño al que vence el sueño. Se me pone a horcajadas, y ella sola se basta y se sobra para hacerme el amor. Yo cierro los ojos, y ella se convierte en una guapísima niña de cinco años, con su abuelo esperando en la puerta de mi cuarto de baño. Lleva un pesadísimo paquete de azúcar en las manos, y yo sonrío al imaginar en el suelo sus braguitas amarillas de ovejitas. Le toco su campanita de pis, y me dejo transportar a un mundo de placer ilimitado.
Cuando terminamos, la chica pesa-frutas se recuesta en mi pecho.
-          No tengo ni idea de cómo te llamas –me dice, sonriendo.
-          ¿Verdad que es excitante?
-          ¿El qué? ¿No saber tu nombre?
-          Claro. Has hecho el amor con un completo desconocido.
-          ¿Y cómo te llamo entonces? ¿Y cómo me llamas tú?
-          Como tú quieras. Y como quiera yo.
A ella le parece un juego que mola.
-          Tú serás… Roberto –me dice-. ¡No, no, no! ¡Roberto no! ¡Robbie!
-          ¿Rovi? ¿Cómo los supositorios?
Ella sonríe.
-          ¡No, bruto! Como el cantante…
Ahora sonrío yo. No conozco a ningún cantante con ese nombre.
-          Pues tú serás… Becky.
Recuerdo ese nombre de unos dibujos animados, pero no sé decir de cuáles. Quizás de los de Tom Sawyer.
-          ¿Becky?
-          Sí. ¿Te gusta?
Ella se encoge de hombros.
-          Claro, cojonudo –me dice sin mucha emoción-. ¿Comemos?
Salgo de la bañera y traigo pan y fiambres, y una botella de cerveza.
-          ¿Vamos a comer aquí, en la bañera? –me pregunta.
-          Sí. Más frescos, ¿no?
Ella se ríe. Se ríe muchas veces, pero con poca intensidad. La luz de las velas se refleja en sus pupilas.
-          Es muy romántico comer aquí –me dice-, con toda esta tranquilidad, este frescor, y este olor a… ¿fresa?
-          Frambuesa –la corrijo yo-. Me alegro de que te guste. Es mi ambientador favorito.
Cuando acabamos de comer volvemos a follar. Yo estoy agotado, y me acuesto, mojado y desnudo, en el sofá-cama junto a la puerta del balcón. Allí al menos corre un poco de viento, y como nos descorro la cortina, nadie me ve. Ella se acuesta a mi lado, pero sin tocarme para no darme calor.
-          Felices sueños, Robbie.
-          Igualmente, Becky.
Admiro su cuerpo de mujer jovencísima.
-          ¿Cuántos años tienes? –le pregunto de repente.
-          ¿No quieres saber mi nombre pero sí mi edad?
-          Sí.
-          Tengo dieciocho.
Se chupa un dedo y se toca la punta de un pezón. Entreabre las piernas y me pregunta:
-          ¿Te gusto?
La verdad es que sí.
-          Sí.
-          ¿Cuántos años tienes tú? –quiere saber ella.
-          Más del doble –le respondo.
-          Mejor. Me gustan los hombres con experiencia. Además, me pone cachonda ver cómo te excito, cómo te abandonas en mis manos, y cómo tu cuerpo responde ante el mío.
-          Me gustas mucho –le confieso-. Y me gusta que te guste mi bañera, y mis velas. No tengo mucho más que ofrecerte, ¿sabes? Pero te puedes quedar aquí cuanto quieras.
-          ¿De verdad? –me dice, abriendo mucho los ojos.
Yo temo haber hablado demasiado. Pero si esta Becky sabe cocinar igual que folla, tendré dos problemas solucionados. A lo mejor también me puede ayudar a pagar el alquiler. Y además, le gusta mi bañera.
-          ¿Sabes cocinar?
-          Bueno, no soy Arguiñano –reconoce con humildad-, pero sí, creo que me defiendo bastante bien.
-          ¿Y pagarías la mitad del alquiler si te quedases definitivamente?
-          Un tercio –me responde ella, insinuándose otra vez-. Un tercio del alquiler, más la cocina y la cama.
Sonríe con una sonrisa pícara y a la vez inocente. Sin maquillaje se la ve más niña y más indefensa. Me gusta mi Becky.
-          Trato hecho –le digo con una sonrisa.
-          Me quedo de prueba una semana.
-          De acuerdo.
-          Cojonudo. ¿Tienes hierba?
Nos liamos unos porros, y saboreo una felicidad simple y hermosa a su lado. Nos reímos bobamente. Ella me besa otra vez, y lentamente vuelvo a sentir el deseo recorrerme entero, de arriba abajo.
-          ¿Siempre cierras los ojos cuando haces el amor? –me pregunta, curiosa.
-          Sí –le digo-, me concentro y siento mucho más. Con los ojos abiertos me despisto. ¿Te molesta que los cierre?
-          No. Me parece muy tierno –me contesta ella-. Todo tú eres muy tierno.